Siempre va a ser extraño hablar sobre un escondite, sobre un lugar ameno y profundo en donde uno se explaya por un momento con su conciencia, con lo que lo compone y lo que (hermosamente en este caso) lo rodea. Lo siguiente retrata un escondite arriba y al fondo mismo de Cartagena, de esa playa con el esplendor apagado en donde los poetas afrancesados iban a pasar sus días esperando a que el declive histórico no se topara con ellos. Ahora, en lo que fue, tratamos de habitar, compartir, confiarnos los días/noches y esperar a que los haces de luz que aún invaden la casa compongan la escena del pasar del tiempo. La casa en sí es cálida, amplia, con espacios suficientes para divagar entre dos y las conciencias; el espectro de luces ameniza el correr del tiempo y la ubicación le da un misticismo precioso tanto en los amaneceres como en los finales cálidos del pasar de los días. Murallas blancas y multicolores nos recuerdan la estampa de mis abuelos; los escapes a modo de mandalas. Las noches son larguísimas. Tal cual Rimbaud describía los viajes de invierno, en su calidez extrema, en sus abrazos infinitos, en sus sonrisas meridionales, así nos vemos cerrando el candado, bajando a la caleta en su condición de abandono, brillando por el sol blanquecino de invierno y los cafés en cama que vendrán después. El mar pega más fuerte que muchos otros días; nos parece que habla en pajarístico y que los vaticinios de J.L.M. son ciertos sobre el devenir del lenguaje. Bukowski es gran parte del viaje en las micros saltarinas del litoral , llegamos y pasamos exhaustos las manos por la aspereza de las paredes, de las mesas, las frutas. La luz tenue tintinea entre los pliegues de las camas y nos despertamos ojerosos pero felices escuchando el rumor de las olas y el vaivén de las coníferas. Imposible que la sintaxis se quede en primer plano.
(LINK) Brindo - Devendra Banhart
(LINK) Fuente de las fotografías, autoría propia
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